Fin de semana
Con días como hoy, da la impresión de que uno se puede olvidar de las moscas. Se dice desde antiguo que "la felicidad es conocerse a uno mismo". Bueno, yo estoy seguro de que no basta, pero hoy encuentro bastante sentido a la frase.
El caso es que es el tercer fin de semana que me tomo de descanso, sin hacer nada. Y me encuentro tan relajado, que casi tengo olvidadas las moscas. Digo entonces: si aún, por suerte, puedo pasar alegre dos días de cada siete, quizá podría intentar que fuesen tres. El truco parece estar en conocer los mecanismos del estrés.
Por ejemplo, muchas de las de las veces que acabo desquiciado con las moscas es un día de mitad de semana, después de comer. Me tiro en el sofá un rato, pensando en cómo me organizo y, en vez de ver el techo pintado de blanco, veo lamparones que sigo sin cesar con la mirada. Entonces, se van volando tres cuartos de hora, y pierdo la concentración para el resto de la tarde.
Esto no me ha sucedido ni ayer ni hoy en todo el día. Después de comer, he ido con un par de amigos a dar una vuelta por una carretera secundaria, y nos hemos tomados una cerveza en un bar. Y nada. Ni una mosca. Miraba los prados, los árboles, el cielo nuboso, y casi tenía la impresión de que que poseían una nitidez perfecta. Sí, desde luego hubiese sido fácil verlas si hubiese querido. Pero sencillamente no me apetecía, estaba de buen humor (vítreo, claro). Por tanto, en mi caso, el estrés parece ser un factor determinante.
Dos tendencias he observado desde que me aperecieron las moscas: por una parte, que objetivamente son más y mayores; por la otra, que en determinados momentos la ausencia de estrés me hace regresar a cuando tenía una o dos.
Pero en fin, con estas cosas no hay que animarse demasiado ni ponerse eufórico. La alegría suele ser como un pajarito caprichoso, y apenas alza uno un poco la voz, se va volando. Quedan días terribles sin duda. Pero la próxima media hora estaré bien. Es para mí suficiente.