El vuelo de las moscas cojoneras

Las miodesopsias o 'moscas volantes' son opacidades que se forman a veces en el vítreo del ojo y tienen carácter permanente. Para quienes las tienen, se perciben como sombras que pululan por el campo visual, a menudo comparadas con puntos, hilos o telarañas. La oftalmología las considera por sí solas un problema menor. Hoy en día, no las trata porque no dispone de un remedio eficaz; no obstante, sostiene que se dejan de percibir con la costumbre. Cuestionada esta afirmación por muchas personas, este blog nace para comprobar su veracidad sobre mi caso particular. Pero no persigue una experiencia científica, sino expresiva.
[Aviso: ÉSTE NO ES UN BLOG DE MEDICINA. Para leer una descripción médica de las miodesopsias, visita este enlace.]

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7/12/07

Vista nueva


7 de diciembre de 2006.
Voy a la óptica y explico el caso. 'Quería revisarme la vista porque no veo bien'. Me responde una chica joven, que parece nueva en la profesión, que como llevo lentillas, mejor que vuelva después del puente de la Constitución. Que tengo que llevar las gafas, porque el ojo tiene que estar descansado para las puebas. Me siento contrariado. Le digo que me he puesto las lentillas hace diez minutos, que si puede revisarme igualmente. Accede.

Me quito las lentillas. No veo un pimiento, voy a tientas por las estancias de Central Óptica. La chica me hace las pruebas frente a los optotipos. Resultado: 1 dioptría más en cada ojo. Le explico el asunto de que ha sido cosa de tres semanas como mucho. Algo repentino. Ella parece escéptica. Se limita a mostrar cierta sorpresa de que pudiese arreglarme con las lentillas que llevaba. Le digo que si es posible que me dé una lentilla para el ojo derecho, mientras que para el izquierdo podré arreglarme con las que llevaba hasta el momento en el derecho. Por suerte, le queda una muestra, que me regala. Con esto podé irme arreglando hasta la visita al médico, que pienso hacer.

Abandono la óptica con cierto alivio; me voy con las lentillas viejas puestas. El problema era de miopía; pero el aumento repentino sigue inquietándome. Es la primera vez que me preocupo por un aumento de miopía. En el camino a casa no dejo de pensar en llegar. Estoy deseando ponerme las lentillas nuevas.

Cuando entro en casa me meto en el baño y me cambio las lentillas. Es un alivio enorme. Todo vuelve a su sitio. Las cosas recobran sus perfiles y los ojos se inundan de luz. Me asomo al balcón; miro la calle. Paseo la mirada muy despacio por las formas. Exploro. Veo a lo lejos las matrículas de los coches parados en el semáforo, formando una hilera larga y dislocada. La textura del asfalto, una lluvia fina posándose en él, bullendo en el viento. Las plantas de los balcones, temblando, con sus hojas y sus flores de distintos colores. Y las nubes grises, moviéndose rápido por encima de los tejados, llenas de luz.

Algún recóndito lugar del fondo de mi cabeza parece calmarse, adormilarse, cuando las formas llegan enfocadas. Es como si la luz llegase más lejos, hasta acariciar una terminación nerviosa que normalmente permanece en sombra, aletargada en su sensibilidad. Pero toda esta larga e intensa contemplación está presidida por un temor que la hace aún más penetrante: el conocimiento de que la facultad de ver no es eterna. Constato que los sentidos son un valioso regalo: la capacidad de sentir el placer de la belleza está condicionada a que los sentidos funcionen.

Despues de esto, hablo un rato por el messenger con una amiga italiana. Le comento el caso, y la experiencia de la ventana. No sé por qué, le digo: 'tengo la impresión de que esto de los ojos aún me tiene reservada alguna sorpresa'. Ella se lo toma a broma. Piensa que soy demasiado pesimista. Para mí, al contrario, es una forma de advertir a la suerte de que estoy en guardia, y de advertirme a mi mismo de que tengo que disfrutar las cosas mientras duren.

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