El vuelo de las moscas cojoneras

Las miodesopsias o 'moscas volantes' son opacidades que se forman a veces en el vítreo del ojo y tienen carácter permanente. Para quienes las tienen, se perciben como sombras que pululan por el campo visual, a menudo comparadas con puntos, hilos o telarañas. La oftalmología las considera por sí solas un problema menor. Hoy en día, no las trata porque no dispone de un remedio eficaz; no obstante, sostiene que se dejan de percibir con la costumbre. Cuestionada esta afirmación por muchas personas, este blog nace para comprobar su veracidad sobre mi caso particular. Pero no persigue una experiencia científica, sino expresiva.
[Aviso: ÉSTE NO ES UN BLOG DE MEDICINA. Para leer una descripción médica de las miodesopsias, visita este enlace.]

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28/10/07

La luminosidad


En otra entrada de este blog, hablaba de la importancia del enfoque a la hora de advertir la presencia de las moscas volantes. Resumiendo, decía que podemos enfocar la vista sobre los objetos reales o sobre la cortina de miodesopsias, y en este proceso influye de forma decisiva el grado de ho
mogeneidad de la superficie a la que miramos. Por ejemplo, el cielo despejado o un folio blanco son superficies homogéneas, típicos objetos que remarcan las moscas que tenemos.

Hoy hablaré de otro factor decisivo: la intensida
d lumínica. Como regla general, se puede decir que a mayor luz, mayor es la visibilidad de las miodesopsias. En el cielo azul se pueden ver con nitidez, no sólo porque el cielo sea homogéneo, sino también porque su luz es intensa. E, igualmente, un folio blanco remarca las miodesopsias, pero si este folio blanco está iluminado por un sol intenso, la cosa se agrava.

No obstante, este apartado merece una puntualización en cuanto al tema del color: las miodesopsias suelen verse más con los colores claros, aquellos que reflejan mayor cantidad de luz, como por ejemplo el blanco o los azules claros. El negro, bien que esté iluminado, bien que se disponga de forma homogénea, disimula la presencia de las opacidades vítreas, que son del mismo color. Gradualmente éstas se irán haciendo más notables conforme se trate de un color más claro (esto es, conforme aumente la luz reflejada, que según recuerdo es máxima con el blanco y mínima con el negro). No iré más allá, porque empezaría a equivocarme. No soy físico, ni nada que se le parezca, así que lo que hable aquí pretende ser un teoría de andar por casa.

Dicho esto, hablaré un poco de mi experiencia, que por lo que sé no es aplicable en todos los casos. En mi caso, la luz me resulta más molesta cuando es una luz uniforme, de tipo abstracta, que cuando es una luz solar, intensa y dirigida, de las que provocan muchas sombras. Me da la impresión de que la luz, como las superficies, puede ser también más o menos homogénea, y cuando lo es mucho las moscas se me hacen más visibles.

Por ejemplo, un día nublado puede resultarme m
ás incómodo que un día de mucho sol. En el primer caso, tenemos la típica luz de los cuadros de filiación neoclásica, abstracta y uniforme, la típica luz de los platós de televisión, que todo lo ilumina por igual y reduce las sombras al mínimo.

Pietro Perugino, Entrega de las llaves a San Pedro (1481-82). Es un ejemplo de luz abstracta, que lo rellena todo por igual, y no genera sombras agresivas.

En el segundo caso, la luz es directa, digida, y golpea los objetos generando sombras. Es la típica luz del barroco y de su pintura, una luz que ilumina el mundo con grandes contrastes entre partes iluminadas y partes en penumbra.

Joseph Wright, Experimento con un pájaro en una burbuja de aire (1768). Vemos aquí un uso tenebrista de la luz, donde se porponen contrastes radicales entre zonas iluminadas y zonas en penumbra.

Esto conlleva una circunstancia curiosa en mi caso. Y es que el tipo de iluminación que más resalta las opacidades es aquélla de gran intensidad, que lo rellena todo. Es paradójicamente aquélla que se usa para facilitar una experiencia visual más cómoda, por lo que se propone a menudo en museos y bibliotecas. Por contra, la iluminación heterogénea de claroscuros, tenebrista, genera un campo visual lo suficientemente heterogéneo como para mantenerme atento al mundo exterior.

En este sentido, he observado que el sistema que más molesto me resulta es el de las lámparas de tubo fluorescente, especialmente cuando se amplifican con un sistema de espejos. El uso de estos largos tubos de luz sobre las mesas d
e ciertas bibliotecas acrecienta la visibilidad de las opacidades vítreas. Por contra, los focos de luz puntual, por intensa que sea, ya sea el sol, una lámpara halógena, o una fluorescente compacta, no tienen los mismos efectos negativos.

De izquierda a derecha: lámparas de tubo fluorescente; lámpara fluorescente compacta (de bajo consumo) y lámpara halógena.

Me da la impresión de que la causa es que las lámparas de tubo largo, ya que ofrecen una mayor superficie iluminada, son más propicias a provocar destellos sobre las opacidades, ya sea al mirarlas directamente, o teniéndolas en la visión periférica. Por contra, los otros tipos de lámparas tienen una luz más intensa pero más puntual, algo que en definitiva viene a disimular el paso de las moscas por el campo visual. Supongo que, en parte, se trata de la diferencia que hay entre un punto muy blanco en una pared negra frente a una pared de color gris uniforme. Lógicamente, las moscas se ven más en el segundo caso. La cuestión parece explicarse en términos de cantidad de superficie iluminada.

He aquí otra de las circunstacias que provocan las miodesopsias. Además de sombras en el campo visual,
pueden provocar luces. No fotopsias, no me refiero a eso. Me refiero a destellos provocados por una luz que incide en ellas desde el exterior. Cuando estamos en un gran salón lleno de luces de tubo fluorescente, la molestia no viene provocada por sombras flotantes, sino por luces, destellos. Se trata de las miodesopsias, que retienen la luz que llega directamente de las superficies iluminadas.

Naturalmente,
la visibilidad de las moscas disminuye de forma decisiva con condiciones de poca luz, como la noche. Pero la presencia de farolas o de neones las hace reaparecer de una forma distinta a como lo hacen por el día. En este caso se trata de halos de luz, destellos, que circulan al compás de los faros que se acercan, y que se van con ellos. Es exactamente lo mismo que una tela de araña: por el día, vista contra el cielo, es como una sombra; de noche, alumbrada con una linterna, se ilumina como un árbol de navidad, y todas sus gotitas chisporrotean.

¿Qué opináis vosotros? ¿Tenéis una experiencia parecida con la luz? ¿O es completamente distinta a la mía?

14/10/07

Lentillas nuevas


Acabo de estrenar las lentillas del mes, y me he sentido muy bien. Me he quedado un rato mirando por la galería, y sí, las moscas estaban ahí, pero en un segundísimo plano. He visto el cielo despejado, el sol pegando oblicuo sobre los tejados, y las largas sombras de las chimeneas sobre ellos. Y me he detenido un buen rato en las formas, en los colores, en las luces, con una feliz sensación de reencuentro. Éste ha sido un buen fin de semana, y no por esconderme a oscuras, sino por encontrarme bien con la luz.

No es ésta una entrada muy meditada, ya veis que son sólo unas líneas. Los malos momentos hacen pensar; los buenos, en cambio, se viven. No obstante, hay que recordar que existen, si no este blog acabaría por dar una imagen distorsionada de mi experiencia.

7/10/07

Ver y recordar


Me pregunto qué pasaría si perdiese la memoria. Si me olvidase de que el cielo aparece manchado, de que los museos de arte contemporáneo son lugares desagradables y fastidiosos. Me pregunto cuánto tardaría entonces en advertir la presencia de las negras moscas.

Porque claro, dicen por ahí que quienes se quejan más de las miodesopsias se empeñan en acordarse de ellas, en buscarlas, más o menos conscientemente, en su campo de visión. En vez de olvidarse de ellas, dejarlas bullir a su antojo sin prestarles atención.

Por eso digo, ¿cuánto tardaría en advertirlas en el cielo azul si por un momento me olvidase de que las tengo? No lo sé. Yo creo que son tantas y tan largas que las advertiría en el mismo instante en que abriese los ojos. Que las vería exactamente igual, aunque no tuviese una predisposición a verlas.

Por el contrario, con sólo unos minutitos que me pasasen desapercibidas, tendría que reconocer que muchas veces las veo porque recuerdo que están ahí. Eso sería una noticia estupenda. Significaría que se pueden sacar las moscas de la vista si se sacan primero de la cabeza.

3/10/07

Ni tan grave, ni tan leve


No ha sido muy bueno mi inicio de curso por lo que se refiere a las moscas. Lo cierto es que me parece evidente que me han restado, me han distorsionado la identidad. No tanto de cara a los demás, como de cara a mí mismo. Esto se debe a que han cambiado sustancialmente mi relación con el mundo.

Por desgracia, nada de lo que digo es novedoso para la mayoría de la gente. En ese sentido, este blog peca de ingenuo desde el principio. Muchos lectores constatarán que la queja que se plantea puede ser esgrimida por infinidad de personas, pues perder cosas, envejecer, deteriorarse, son circunstancias propias de la condición humana, y han sido lamentadas desde los antiguos griegos.

Llegado este punto, me doy cuenta de que las miodesopsias, en este blog, son en el fondo una encarnación de un drama más profundo y que no compete en absoluto a la ciencia médica. Un drama más antiguo que andar a pie y que, precisamente por eso, su exposición pública puede causar tanto admiración como risa. Es el drama de perder algo, de la fugacidad de las cosas, de las cosas buenas de la vida.

Y es que el daño de las miodesopsias, repito por nosecuánta vez, es muy sutil. No afecta a la actividad cognitiva, que es la que tienen a su cargo los oftalmólogos, sino a la actividad estética, es decir, aquélla que, llegada a través de los sentidos, nos produce placer o displacer intelectual. Y esta actividad no es un bien exclusivo de unos pocos eruditos en arte; es algo universal y necesario para encontrarse bien. Es algo de lo que no se habla a menudo, pero está ahí, resguardando nuestra salud emocional, y cuando se pierde o se deturpa, nos produce una enorme inquietud.

Perder algo de valor, algo nuestro desde el principio, es algo muy doloroso. Pero es un hecho cotidiano, propio de la condición humana, y que diariamente sufren millones de personas. Naturalmente las miodesopsias no son la única pérdida, lógicamente tampoco la peor. Pero, así como las fuentes del placer o el displacer son enormemente subjetivas, cada persona tiene una vivencia distinta de sus males, y por ello tiene derecho a pensar en ellos, a dolerse. Es ridículo, demencial, pensar que una opinión institucional, médica, contiene en sí misma todas las respuestas que necesitamos, y que estamos desvariando si decimos: 'echo de menos el placer de mirar al cielo'.

Seguro que se puede disfrutar del mundo desde infinidad de puntos de vista, con infinidad de problemas distintos encima. Y debemos aspirar a hacerlo. Pero ello requiere de un largo aprendizaje. A priori, sólo digo que recibir de un día para otro una maraña de sombras en el medio de nuestro mundo tiene muchos ingredientes para causarnos disgusto durante una buena temporada. Y para vivir con ello no me basta con saber 'lo que objetivamente es el problema' para un oftalmólogo, como tampoco me basta la opinión objetiva de un arquitecto sobre 'lo que es un espacio habitable' y sobre cómo debería ser el mío.

Ello no quiere decir que tengamos que olvidar que, hace años, los burgos urbanos eran en general mucho más precarios que los de ahora (espacios mínimos, frío, humedad, insalubridad, hacinamiento, derrumbamientos...), pero tampoco que tengamos que censurar a quienes se quejan hoy de vivir en 15 metros cuadrados. Justo ésta es otra de las ironías de la famosa 'relativización'. Por eso yo siempre soy partidario de que nos quejemos por cualquier cosa, mientras sea de forma razonable, y dejemos claro, si es nuestro caso, que las miodesopsias nos molestan, que es falso que por narices tengan que ser una anécdota visual o una frivolidad.