La atención
Hoy voy a hablar de la Madre del Cordero, la clave de todo este asunto, el principio y el fin. Se trata de la atención. Ya he introducido el tema en varias ocasiones, pero tenía pendiente abordarlo de forma integral y monográfica. Aún quedan cosas que decir. Y una vez dichas, aún hay que repetirlas mucho. Pues la verdad, si se me permite la presunción, suele ser por sí sola olvidadiza, y sólo con perseverancia puede persistir en la mente de la audiencia.
Las moscas volantes que, según los médicos, “sólo molestan” son un problema de atención. Un problema de atención que reside en el sentido de la vista. Luego no son estrictamente un problema de visión. Lo mismo que si tenemos unos zapatos que nos hacen daño, no tenemos un problema de movilidad: podemos caminar igual, pero a costa de un efecto o afecto desagradable que interfiere sobre el acto de desplazarse a pie.
Las miodesopsias, cuando decimos que “sólo molestan”, son un objeto adicional que se dibuja sobre la retina. No se trata de una ausencia de visión, sino de un añadido, a menudo con cierto grado de transparencia, que no tapa el mundo al que miramos, sino que lo matiza. Como dijo un amigo mío, “no vemos menos, vemos distinto”. La imagen obtenida, por tanto, se encuentra salpicada por puntuales distorsiones que no afectan a la visión en su sentido más práctico o supervivencial.
Ahora bien, ¿significa esto que las miodesopsias sean poca cosa? El oftalmólogo nos dice: “no les prestes atención” o “te molestan porque les prestas atención”. Según los oculistas, cuando percibimos las moscas volantes o cuando nos sentimos molestos por ellas, somos los responsables de nuestra desgracia. Esto se debe al siguiente planteamiento subyacente: la atención es el origen, las moscas son su consecuencia.
Esto es verdad a simple vista. Pero, llevada a su extremo, la afirmación se revela como traicionera. En primer lugar, conviene recordar que la atención es un recurso fundamental para la actividad visual. Nosotros no operamos a pelo con lo que nos entra por los ojos, sino que sometemos a esa primera imagen sensible a una elaboración intelectual. De no ser así, no tendríamos por qué advertir el coche que se acerca de frente cuando pensamos hacer un adelantamiento, pues probablemente éste sólo ocupe una porción muy pequeña de nuestro campo visual.
La atención está detrás de nuestra interpretación del campo visual. Por medio de ella, y de manera espontánea, discriminamos lo que nos interesa y lo que no, y sólo a partir de esta jerarquización podemos interpretar lo que tenemos delante. Se trata de una fina zona de sensibilidad que se encuentra entre los caóticos datos recibidos por la retina y las representaciones primeras que hacemos de los objetos en nuestro cerebro. Es, por tanto, una facultad necesaria.
Las moscas volantes, por sus características, tienen tendencia a concentrar la atención, es decir, a absorberla. Que lo hagan es un indicio de que la atención funciona como debe funcionar. De otro modo, ¿por qué razón se puede ignorar una mosca enorme en el centro de la vista y no un coche al fondo de la carretera?
Por tanto, en mi opinión, el error de la oftalmología está en entender la pérdida de atención como la principal causa de las moscas volantes, y no como su principal y más grave consecuencia. Es decir, el problema no es que empleemos la atención en ver las moscas, sino que las moscas deterioran ésta en tanto su funcionamiento es apropiado y normal. Se produce pues la pérdida, la absorción de la atención del observador a causa de un persistente estímulo improductivo.
No se trata de que se les “preste” atención, sino de que “llaman” la atención. Y siendo la atención un recurso limitado de la actividad visual, su monopolio por parte de las moscas volantes pone de relieve una disfunción de la misma. Tenemos pues un arma de doble filo: el beneficio se constituye en problema. La atención, una herramienta necesaria, se autodestruye en su propia lógica. Para escapar de este círculo vicioso, estamos obligados a hacer una renuncia: la solución pasa por que la atención deje de funcionar como debe, esto es, que desista de su lógica.
Es lo que hace el oculista: cuando nos pide que renunciemos a atender a las moscas, nos pide inevitablemente que renunciemos a atender a otras cosas.
Imagen por Jarrad, en Veritography.com.