El vuelo de las moscas cojoneras

Las miodesopsias o 'moscas volantes' son opacidades que se forman a veces en el vítreo del ojo y tienen carácter permanente. Para quienes las tienen, se perciben como sombras que pululan por el campo visual, a menudo comparadas con puntos, hilos o telarañas. La oftalmología las considera por sí solas un problema menor. Hoy en día, no las trata porque no dispone de un remedio eficaz; no obstante, sostiene que se dejan de percibir con la costumbre. Cuestionada esta afirmación por muchas personas, este blog nace para comprobar su veracidad sobre mi caso particular. Pero no persigue una experiencia científica, sino expresiva.
[Aviso: ÉSTE NO ES UN BLOG DE MEDICINA. Para leer una descripción médica de las miodesopsias, visita este enlace.]

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26/4/08

Sale el sol


Me ha parecido ver cierta relación entre el número de visitantes del blog y el tiempo. Quizá sea una tontería, pero en ocasiones he visto elevarse el número de visitantes al socaire de los anticiclones que cruzan la península Ibérica. No en vano, la mayoría de las entradas al blog se realiza desde España.


Yo supongo que el análisis del tráfico de este blog podría servir para entender alguno de los patrones de funcionamiento de las molestias de las moscas. Uno de ellos, hipotético, es el que acabo de decir: el tiempo soleado resulta más angustioso para quienes tienen moscas volantes.

Más evidente es que el tráfico desciende significativamente los fines de semana. Esto podría entenderse como que (suponiendo que la mayoría de los visitantes tenga libres estos días) el descenso del nivel de estrés conlleva un descenso de las molestias de las miodesopsias. No obstante, también es difícil determinarlo, desde el momento en que la caída del tráfico en fin de semana es una constante en muchas webs. Esto se puede relacionar con el hecho de que mucha gente sólo accede a Internet desde su trabajo.

Lo que sí puedo afirmar es que las visitas ahora, siendo poquitas, están en su nivel más alto desde que empecé con el blog. Paradógicamente, es cuando menos estoy escribiendo. Bien se ve: ésta es la segunda entrada de abril, y el mes está a punto de terminar. La cuestión es que estoy en una época particularmente complicada, y no precisamente por las moscas.

Más de una vez he oído que "hay que relativizar las moscas". La relativización, no obstante, no es una cosa que nosotros vayamos a buscar, sino que es ella la que nos encuentra a nosotros. No podemos relativizar las cosas en base a una experiencia que no tenemos. Sólo el tiempo y los acontecimientos nos van persuadiendo de aceptar los hechos.

Mis últimos días han transcurrido de forma sutilmente diferente a los largos meses anteriores. Diversos asuntos, sin ser graves, han mantenido en un relativo segundo plano las moscas. Casi como si me encontrase mirando un árbol lleno de flores meciéndose al viento, me he encontrando más tiempo del habitual olvidándome de enfocar las moscas.

Esto es una gran noticia, sin duda. Una gran noticia que sin embargo no debe usarse para demostrar ni probar nada. Sino que simplemente debe disfrutarse como se disfruta un golpe de suerte. La solidez de este estado mío se verá con el tiempo. Pero, de mantenerse, en absoluto debe entenderse como un rebatimiento de todo lo que he escrito hasta ahora. La tristeza vivida queda ahí, nada se puede hacer ya con ella.

El dolor, el sufrimiento, son acontecimientos irreflexivos que quedan justificados en sí mismos y que no pueden ser juzgados como "correctos" o "incorrectos". Calificar la tristeza o el dolor de otra persona de emociones impertinentes es muchas veces un gesto arrogante.

12/4/08

El espacio de la arquitectura


La arquitectura contemporánea está dando valor al agua en sus espacios internos. Son muchos los ejemplos donde se demuestra una armoniosa integración del agua con el espacio diseñado. Dos ejemplos me son familiares: el museo de la ciudad donde vivo y una de las bibliotecas de la Universidad. En ambos casos, la función principal que ejerce el agua es la de activar acústicamente el ambiente, dotándolo del sigiloso murmullo de los arroyos y las fuentes.


No es algo del todo nuevo. La antigüedad clásica se ha definido por una notable cultura del agua, que a menudo aparecía como parte de la arquitectura. Roma invocaba la naturaleza nutricia por medio de su vasta red de acueductos que unían la ciudad y el campo. El líquido llegaba a adquirir una dimensión mágica en su vinculación con ritos iniciáticos. Emperadores como Tiberio, con su gruta marina en Sperlonga, o como Adriano, en su villa de Tívoli, ilustran el papel del agua como agente de ocio, más allá de sus funciones vitales, higiénicas o agrícolas.

En este contexto, se comprende que se haya dicho que uno de los remedios más antiguos para los acúfenos lo hayan aportado los romanos, que a menudo gustaban de celebrar sus reuniones junto a corrientes de agua con el fin de que éstas aminorasen el efecto del tinnitus.

¿Qué es lo que hace que las corrientes de agua aminoren los acúfenos? Los acúfenos, que ofrecen puntos en común con las moscas volantes, pierden notoriedad cuando se genera una fuente de atención más potente que ellos. Como he dicho en varias ocasiones, tanto moscas volantes como acúfenos son más perceptibles cuando son el único estímulo. Dicho de otro modo: se hacen más intensos cuando recibimos un bajo caudal de información visual o acústica, como sucede cuando miramos una pared blanca o nos hallamos en un lugar silencioso.

Lo que se consigue al proponer un caudal constante de sonido al oído (como una corriente de agua, o el rumor de una emisora de radio) es en idea lo mismo que se consigue al proponerle al ojo una superficie heterogénea (como un mantel de colores o un árbol lleno de flores): los estímulos procedentes del exterior ganan notoriedad y nos distraen de aquellos otros que nos molestan. Quizá la cultura del jardín, como espacio plagado de estímulos sensoriales heterogéneos, esté relacionada en una pequeña proporción con este placer del prisionero que escapa de su prisión.

Estoy seguro de que más de un arquitecto ha recordado que existe el tinnitus a la hora de colocar una caída de agua en su edificio, y más en una época en la que ya casi nada es gratuito en arquitectura, pues suele proceder de una reflexión concienzuda sobre las necesidades sensoriales humanas (luz, color, temperatura, humedad, sonoridad, olor, tacto...). No obstante, la denodada búsqueda por el confort que sostiene la arquitectura contemporánea se me antoja ridícula cuando me doy cuenta de que, a pesar de todos los cuidados, por la vista me encuentro más a gusto en la calle. Pero claro, el confort no es una cualidad absoluta, sino relativa a las necesidades que cada uno posee.

En cualquier caso, conozco una serie de edificios donde la confortabilidad de mi experiencia acústica guarda una relación inversa con la incomodidad de mi experiencia visual. Casualidad o no, la dimensión sonora parece cuidada con acierto, mientras que la visual resulta fatigosa y desagradable. Los grandes muros lisos, blancos y refulgentes, las tozudas luces de tubo, parecen certificar que las miodesopsias no existen para mucha gente.

Porque claro, son las moscas volantes las responsables de que la iluminación no sea la adecuada; tal vez para quienes no las tienen sea una buena iluminación. Una vez me quejé a un amigo de estos tubos fluorescentes. Él me replicó que no iban a cambiarlos por uno al que le molestasen. ¡Y yo que pensaba que “todo el mundo tiene miodesopsias”…!