El vuelo de las moscas cojoneras

Las miodesopsias o 'moscas volantes' son opacidades que se forman a veces en el vítreo del ojo y tienen carácter permanente. Para quienes las tienen, se perciben como sombras que pululan por el campo visual, a menudo comparadas con puntos, hilos o telarañas. La oftalmología las considera por sí solas un problema menor. Hoy en día, no las trata porque no dispone de un remedio eficaz; no obstante, sostiene que se dejan de percibir con la costumbre. Cuestionada esta afirmación por muchas personas, este blog nace para comprobar su veracidad sobre mi caso particular. Pero no persigue una experiencia científica, sino expresiva.
[Aviso: ÉSTE NO ES UN BLOG DE MEDICINA. Para leer una descripción médica de las miodesopsias, visita este enlace.]

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29/8/07

De vuelta


Pues sí, Italia es un país para ver, sobre todo teniendo en cuentas los intereses por los que viajé allí, principalmente artísticos. Y la experiencia fue buena en general. Buena quiere decir que no prefería quedarme en el hostal llorando el que todo estuviese lleno de manchas oscuras.

Bueno, seriamente, tras más de medio año con esto, tengo dos certezas. La primera es que he mejorado emocionalemente. Buena parte de la angustia de los primeros momentos se relaciona con la incertidumbre de no saber hacia dónde va uno, hacia dónde va su vista. Uno se pregunta cómo soportar segundo a segundo que el mundo aparezca desfigurado, tras tantos años disfrutándolo nítido, tras tantos años suponiendo que nuestra forma de ver es nuestra en propiedad, y para siempre.

Ahora, por el contrario, sólo suelo ver las moscas. Me molestan, me tocan los cojones. Pero no me entristecen. No me produce pánico abrir los ojos por la mañana. Están ahí, produciendo exactamente los mismos efectos visuales, pero no los mismos efectos morales, que son los que más duelen. Esto es, por ejemplo: he comprobado en Italia que, en términos objetivos de experiencia sensible, me resulta más placentero fijar mi vista sobre una moqueta gris que sobre una estatua clásica de mármol blanco. Porque lo segundo genera molestas interferencias, infinidad de puntos de distracción no deseados, y lo primero se constituye en una visión descansada, casi estable.

La diferencia está en que antes esta terrible evidencia me destruía día a día. Ahora, en cambio, trato de no pensarlo demasiado. O incluso enfrentarme directamente: cuando estaba en la Academia de Florencia, delante del archipopular David de Miguel Ángel, moví de golpe los ojos y coloqué mi mayor mancha sobre la cabeza de la estatua, tratando de posarla quieta sobre ella como ajusta un piloto de caza la mirilla sobre su inquieto objetivo. Cuando vi que conseguía ocultarle toda la cabeza a este solemne señor, casi me dio la risa.

La segunda certeza que tengo es que es muy digno quejarse. Y que hay que quejarse cuando uno lo considere necesario, pues es algo de enorme dignidad. Quejarse no quiere decir ignorar a quiénes estar peor, o afrentarlos de alguna manera. No quiere decir exigir una solución al problema padecido. No quiere decir arremeter contra los médicos. No quiere decir, tampoco, que uno sea un amargado y que no sepa encajar las frustaciones, o disfrutar de las cosas buenas de la vida. Uno puede ser una persona razonable y quejarse, mientras sus quejas no monopolicen su vida entera. Se puede ser en general más feliz que la media y, respetuosamente, decir: 'no me gusta esta ciudad' o 'me gustaría ser un poco más alto'. E incluso crear un blog hablando de que no le gusta la fuente que han hecho en la plaza de su pueblo. Pero teniendo siempre presente que una fuente fea es muchísimo mejor que morirse en lo mejor de la vida.

En España, por ejemplo, las carreteras se llevan de forma sistemática y repentina la vida de muchos jóvenes, muchos de los cuales no son responsables de ir haciendo el ganso al volante. Otro asunto que ha conmocionado a mucha gente estos días es la muerte del futbolista del Sevilla Antonio Puerta, de 22 años, que sufrió un ataque al corazón durante un partido. A pesar de no tratarse de un problema estructural como lo es el drama de las carreteras, este tipo de muertes súbitas son, por su fuerza mediática, un recordatorio del extremo al que puede llegar la mala suerte.

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